El verano, para muchos, no representa una pausa real en la rutina laboral. Aunque las imágenes de playas y desconexión inundan las redes sociales, la realidad de quienes continúan trabajando durante julio y agosto es otra muy distinta: jornadas intensas, sensación de agotamiento constante y una motivación que decae bajo el sol.
Según una encuesta de Gallup, el 36 % de la población activa en España se siente agobiada a diario en su trabajo, lo que sitúa al país en el puesto 22 del ranking europeo en cuanto a niveles de estrés laboral. Y durante el verano, esa presión no solo no desaparece, sino que en muchos casos se intensifica.
¿Por qué el verano puede aumentar el estrés laboral en lugar de reducirlo?
El conocido como burnout veraniego es el resultado de una combinación de factores:
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La sobrecarga acumulada antes de las vacaciones.
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Las altas temperaturas que afectan al rendimiento físico y mental.
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La falta de flexibilidad horaria.
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La presión social y personal por “desconectar”.
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Y la hiperconectividad digital que impide establecer límites claros entre trabajo y descanso.
Este tipo de agotamiento no es una simple sensación pasajera. Varios estudios apuntan a que, sin una cultura de prevención del bienestar, los efectos positivos de las vacaciones tienden a desaparecer entre dos y cuatro semanas después de reincorporarse al trabajo. En otras palabras: si no se cuida la salud mental de forma constante, ni siquiera el verano garantiza una recuperación real.
Por ello, las empresas tienen un papel clave. Fomentar la flexibilidad, permitir pausas reales, promover una desconexión efectiva y construir entornos psicológicamente seguros no debería ser una excepción veraniega, sino una norma anual.
Invertir en bienestar no es solo una cuestión de salud, también lo es de productividad y sostenibilidad laboral. Porque el verano debería ser, también, un espacio para respirar.